19 Septiembre 2012
"Puede jugar de seis, ocho o diez", manifestaba Mourinho para explicar las virtudes de Luka Modric. Simultáneamente, la prensa señalaba la baja forma y el estado de apatía de Özil como una de las claves del bajo rendimiento del Real Madrid en liga.
Es triste testificar, año tras año, como nadie busca la descripción de lo acontecido en el juego. Tópicos manidos empañan la posibilidad de reflexionar dirigiendo la mirada hacia las relaciones dadas.
Uno de los grandes déficit que nos deja la cultura recibida es hablar de dónde jugar cuando quizá lo más recomendable sea encontrar también con quiénes hacerlo.
El debate está construido para postularse en la elección de uno u otro. Todo conspira para que decidamos entre el alemán y el croata.
Y yo me pregunto, ¿porqué no juntos?
Observamos como históricamente se recela del que sabe jugar mientras la realidad muestra que no se suelen proponer contextos donde poder hacer determinantes a este tipo de jugadores.
Me hacen jugar con mis antónimos - pensaran ambos - y encima me declaran culpable del desastre.
Si en la configuración de relaciones de los blancos pudiesen coincidir el uno con el otro, posiblemente se arreglaría esa escasa funcionalidad para desordenar a rivales que no conceden espacios.
Así, de paso, desdeñaríamos el discurso de la falta de motivación y profesionalidad de los que juegan.
Con ellos, los de Mourinho serían un conjunto no siempre al amparo del histerismo, capaz de almacenar los pases exactos para evitar esa concentración desordenada sustentada en el descontrol.
Cuando el balón no te fusiona desde el inicio, acabas amontonado.
No se trata de anclarse en un estilo que se muestre ampuloso en el pase, algo que desnaturalizaría a determinados jugadores, pero sí desbravar algo el juego para excitarlo en las circunstancias precisas.
Esa agitación ordenada saciaría el apetito de todos los integrantes de la red, y no únicamente el de los más adelantados, permitiría a los de atrás alistarse al ataque, con lo que Marcelo sería más y los lanzadores de media distancia se encontrarían con ese valioso recurso cuando el contrario se hunde por iniciativa propia o derivado de una competente circulación de pelota.
Xabi Alonso se desprendería momentáneamente del catalejo porque no todo ocurriría a lo lejos y su equipo continuaría con su aplastante discurso.
Y hasta Silva, Cazorla o Borja Valero serían útiles en su patria.
Igual, de este modo, nadie sería imprescindible, aunque no se si esto comercialmente interesa.